Declaración del Obispo Michael C. Barber, SJ, sobre el veredicto de culpabilidad en el juicio contra Derek Chauvin
El veredicto de hoy le ofrece a nuestro país la oportunidad de enfrentar el terrible mal causado por el pecado del racismo.
Si bien el juicio de Derek Chauvin ha culminado y nuestro sistema judicial avanza, aún debemos enfrentar la realidad de que el racismo no ha desaparecido. Me temo que habrá más asesinatos de afroamericanos, asiáticos, Isleños del Pacífico, latinoamericanos y, de hecho, cualquier refugiado o migrante que busque la paz y una vida mejor aquí.
Estos son nuestros hermanos y hermanas. El flagelo del racismo debe detenerse.
Solo se detendrá si cada uno de nosotros hace un compromiso profundo con la conversión.
Como escribieron mis obispos hermanos en mayo pasado, “el racismo no es una cosa de antes o simplemente un tema político desechable para ser discutido cuando sea conveniente. Es un peligro real y presente que debe desafiarse de frente. Como miembros de la Iglesia, debemos defender las acciones más difíciles, correctas y justas en lugar de optar por las fácil y equivocada indiferencia. No podemos fingir ser ciegos ante estas atrocidades y aun así intentar profesar que respetamos toda vida humana. Servimos a un Dios de amor, misericordia y justicia.
“Como dijimos ... en Open Wide Our Hearts, nuestra más reciente carta pastoral contra el racismo, para la gente de color, algunas interacciones con la policía pueden causar tensión por miedo e incluso la sensación de peligro. La gente de buena conciencia nunca debe hacer la vista gorda cuando los ciudadanos se ven privados de su dignidad humana e incluso de sus vidas. La indiferencia no es una opción. “Como obispos, declaramos inequívocamente que el racismo es un problema de la vida”.
Estoy de acuerdo con la oración de los obispos de Minnesota publicada hoy, en la que dijeron: “Oremos porque, a través de la revelación de tanto dolor y tristeza, que Dios nos fortalezca para limpiar nuestra tierra del mal del racismo que también se manifiesta en formas que casi nunca se discuten, formas que nunca llegan a los titulares de un medio de comunicación. Unámonos entonces a la ardua labor de reconstruir pacíficamente lo que el odio y la frustración han desgarrado. Este es el verdadero llamado de un discípulo y el trabajo real de la justicia restaurativa. No perdamos la oportunidad de orar para que el Espíritu Santo vuelva a caer como un diluvio sobre nuestra tierra, como ocurrió en Pentecostés, brindándonos sanación espiritual, emocional y física, así como nuevas formas de enseñar, predicar y modelar el mensaje del Evangelio en la manera en que nos tratamos los unos a los otros”.